lunes, 1 de noviembre de 2010

Shut up!

Escuchando algunos discos viejos -son las 4:27 a.m., fumo y ensayo las técnicas para conversarme. Por momentos he llegado a pensar que ya no escucho mi propia música -hecha a menudo de palabras edulcorantes, tanto que confesarlas en la vida diaria, en la de los hombres, el trabajo y la mezquina marca laboral, da pavor más que vergüenza-, o tal vez es que trato de no escuchar(me) nada porque así es mejor.

¿Alguna vez intentaron hundirse en el manantial fresco que es el silencio de las cosas? Porque el silencio de la noche es poca cosa comparado con el de los objetos, cuando están allí presentes tan solo, y no tienen nada más que decirnos.





Dimensión ética
Digamos por nuestra cuenta que tal es la labor final, la cuestión teleológica del arte, de la escritura y de la ciencia: Dejar que los objetos, las cosas, las caras, las palabras mismas, enmudezcan y simplemente estén ahí, en una suerte de éxtasis nosotros, y ellos, los que nos rodean, tan plenos y descifrados. ¿Sería ésta la felicidad de la que tanto hablamos como de algo inalcanzable, tanto que apenas la llamamos instante y nunca estado?

Alguien me habló, hace unos meses ya, acerca del estado de la felicidad. Lo curioso es que nunca desarrolló su definición y los siguientes 15 minutos que duró nuestra charla, los dedicó a hablarme de ciertas banalidades. Fue muy acertado, pienso ahora, puesto que tocada la felicidad y su mudez esencial, no cabe decir más con la misma cualidad de hondura. Por el contrario, ante ese silencio de puertas abiertas sólo cabe desviar los ojos. Entrar. Silenciarl(n)os.

Quizá por eso uno de los más preclaros cantores de la Belleza en la Europa decimonónica decía, hablando de esa Idea de actitudes ampulosas ante la cual los poetas han quemado sus vidas como inciensos, "Soy hermosa, oh, mortales, cual un sueño de piedra". Baudelaire no era, sabemos, un cretino que ejercitara la mano llenando papeles, llevado tal vez por ese gustito narcisista y ególatra que admira ciegamente la habilidad expresiva -que es una de las maneras como la sociedad de la producción en serie entiende la felicidad. No, señores, Baudelaire escribe para señarlarnos la paradoja, una de las facetas de la propia dicha, sin risa ni fiestas ni comparsa.

También Husserl menciona este fenómenos y lo llamó epokhé, abstención, paréntesis. Aunque luego otros pensadores cuestionaron la veracidad de esta afirmación, el punto está en que existe una cadena de reflexiones coincidentes por su fe en la existencia de un lucidísimo estado REM de la realidad. Creo que, más allá de metafísicas, nuestra existencia social -no encuentro otras palabras a la mano, y es prueba de que lo único que enmudece a esta hora es mi cerebro- se halla jaloneada tanto por la completa disipasión -el ruido- así como por el silencio. Y en esta pugna, hemos adquirido hábitos acomodaticios, y el silencio es tan sólo táctica y movimiento de piezas a discreción.

En los últimos días también he sentido la necesidad de enmudecer, silenciarme a plenitud. No en vano hemos heredado del asombro primitivo el culto a la muerte. No en vano le tememos hoy en día.



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